El divorcio de los Fernández bloquea Argentina

 




Argentina padece las consecuencias de un divorcio. Un divorcio no consensuado, de esos que llegan a los tribunales y la pasión de antaño es ahora gasolina para las más amargas disputas. 

El país sudamericano sufre las miserias políticas de una dirigencia que dirime sus peleas a viva voz. El presidente Alberto Fernández y su vice, Cristina Fernández de Kirchner, ya no se hablan.

 El mar de fondo es la rivalidad por el poder, pero también las diferencias del rumbo que ambos pretenden para Argentina. Y una pecado de nacimiento: Alberto Fernández fue ungido por Cristina Kirchner como candidato a la presidencia y a ella debe su sillón en la Casa Rosada.

 El experimento funcionó para evitar un segundo mandato de Mauricio Macri en octubre de 2019; pero la anomalía política que supone una vicepresidenta con más poder que un presidente ha sido un fracaso una vez en el Gobierno.

El jueves pasado, Argentina conmemoró el 46 aniversario del golpe militar contra Isabel Perón. El presidente Fernández realizó un pequeño acto protocolar, mientras que Cristina Kirchner y su agrupación política, La Cámpora, movilizaron a 70.000 hacia la Plaza de Mayo, la quintaesencia del poder político en Argentina. Al frente de la movilización estuvo Máximo Kirchner, hijo de la vice.


 La Cámpora mostró músculo callejero y mandó un mensaje claro a la Casa Rosada: nosotros somos el pueblo, la verdadera base electoral del Gobierno, los acreedores del poder presidencial. Fernández, mientras tanto, llama a la unidad, convencido de que la única posibilidad de vencer en las generales de 2023 está en un peronismo alineado tras un solo candidato.


La sangre entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner llegó a finales del año pasado, cuando el oficialista Frente de Todos sufrió un duro varapalo en las elecciones primarias obligatorias. La vicepresidenta achacó a su delfín político la derrota. Los ministros que le responden presentaron su renuncia y forzaron a Fernández a un cambio de Gabinete que no estaba en sus planes.


 Dos meses después, las elecciones confirmaron la derrota de los candidatos del Gobierno al Congreso. Cristina Kirchner se mantuvo en silencio, pero el amor con Fernández, su exjefe de Gabinete, ya había terminado. El acuerdo que Argentina cerró esta semana con el FMI por una deuda de 45.000 millones de dólares fue la gota que rebalsó el vaso. El kirchnerismo votó en contra del texto en el Congreso, con el argumento de que un ajuste de la economía, como acordó Fernández, sentencia de muerte cualquier posibilidad de triunfo en las generales de 2023.


“Hay dos grupos que creen tener el derecho a tomar las decisiones, dos líderes que reclaman tener el poder de decidir en última instancia”, dice Sergio Morresi, politólogo de la Universidad del Litoral. “Y aunque la Constitución argentina dice que el poder ejecutivo recae de forma exclusiva en el presidente, lo cierto es que esta vicepresidenta tiene poder propio más allá de su lugar institucional. Y es desde ese poder propio desde donde exige que se considere que el presidente está allí para cumplir un mandato popular del que ella (y quienes la apoyan) se sienten mejores intérpretes”, dice. 


Andrés Larroque, hombre fuerte del kirchnerismo, lo dijo con claridad durante la marcha del 24 de marzo. Fernández, dijo, “fue jefe de campaña de un espacio que sacó cuatro puntos en la elección de la provincia de Buenos Aires. El frente lo convocó por iniciativa de Cristina”.


En el entorno del presidente no están de acuerdo con esta lectura de “poder prestado”. Si Cristina Kirchner lo ungió como candidato fue porque sabía que no podía ganar por sí sola. Alberto Fernández es, bajo esta lectura, condición necesaria para el triunfo del Frente de Todos frente a Macri en 2019. Por lo tanto, argumentan, tiene derecho a ejercer el poder como mejor le plazca. Se tata, en el fondo, de lecturas diferentes de la realidad.


 La crisis económica es acuciante. La inflación está disparada (ya supera e 50% anual), y el presidente considera que el acuerdo con el FMI es el primer paso hacia la salida. El kirchnerismo, en cambio, sostiene que nada buevo se puede esperar del FMI, y que es mejor alejarse lo más posible de Fernández mientras la Casa Rosada insista en avanzar sin remedio hacia el abismo. Si el Gobierno que integran fracasa, mejor estar lejos de la onda expansiva.


¿Está Argentina, entonces, hacia una ruptura definitiva de la coalición de Gobierno? “No lo creo” dice Eduardo Fidanza, director de la consultora Poliarquía. “No le conviene a ninguna de las partes, porque fragmentaría el voto peronista y aseguraría, desde ya, una derrota electoral en 2023″, dice.


 Pablo Touzón, politólogo y director de la Consultora Escenarios, sí ve la posibilidad de una crisis terminal. “Hay una decisión tomada por parte del cristinismo: considera que desde las PASO [primarias] y la derrota de las legislativas la figura de Alberto Fernández no tiene liderazgo”, explica.


 Sergio Morresi coincide en que la crisis es “muy grave”, pero considera que “más allá de la voluntad de una parte de la dirigencia para que se terminen de romper lanzas, hay otros sectores, incluso en las bases, que están pujando por mantener la unidad del Frente de Todos




Fuente Elpais.com

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